Ombligos

La vida como es…

La vida como es…
Periodismo
Agosto 05, 2015 10:57 hrs.
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Octavio Raziel › diarioalmomento.com

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Despertar con la boca y los ojos resecos después de una noche de sueño intermitente, resultado de las dudas que dejó la cátedra sobre teología medieval del día anterior, era la sensación al remoler las enseñanzas que recibí de los Misioneros del Espíritu Santo.
¿Cuántos ángeles caben en la cabeza de un alfiler? O bien ¿Adán tuvo ombligo? Y si lo tuvo ¿significó que estuvo atado a un cordón umbilical y éste a su vez a una placenta, y ésta dentro de una mujer? Pero, si no lo tenía, Dios, el buen Dios, una vez más se había equivocado al crear al hombre. Los grandes pintores han simulado con una rama, una hoja o alguna tela la zona donde había la duda. Yo no le he encontrado función a ese hoyo en la barriga de Adán y Eva. Supongo entonces que el Creador les puso una conexión USB para darles instrucciones sobre qué fruta podían comer y cual no. Seguramente el software utilizado por el Creador era pirata y por tanto no funcionó como debía.
Este lugar del cuerpo humano ha sido, a través de la historia, considerado un estímulo visual voluptuoso, sede de la lujuria en la mujer, fetiche erótico. Para el rey Salomón, el “ombligo es un ánfora redonda donde no falta vino…”, mientras que quienes leímos Las mil y una noches, recordamos ese pasaje donde se le da la cualidad de “recipiente que contiene poderosos aromas afrodisíacos”. Del cordón umbilical, además, se conservan las células madre que causaron estupor a Benedicto XVI, pero que podrían traer muchos beneficios a la humanidad.
Hay mujeres que justifican su obesidad con el argumento de que les sirve para ocultarlo; además, ese sí que es antiestético, dicen.
Los hay variados: redondos y hundidos u otros que crecieron hacia fuera. También están los de alcancía y los que forman una cruz.
Hace poco promocionaban en las librerías la obra de Eduard Punset, “El ombligo del mundo”, que en la presentación aseguraba que “ni el planeta, ni nosotros mismos, somos el centro del universo”. Con tal profundidad de pensamiento no me atreví, por cierto, a gastar en tan recomendada creación literaria.
Un interesante experimento radiofónico y periodístico lo fue el programa “El ombligo de la luna”, cuyo objetivo era que cada ciudadano que tuviera teléfono celular se convirtiera en un reportero que informara de los problemas de su comunidad; mientras que Iris Bringas produjo la obra “Canciones del ombligo de la luna”, ganadora del festival de música y escena de la UNAM.
Una de mis inquietudes, antes de colgar los hábitos de misionero del Espíritu Santo, era saber si el ombligo de la luna estaba en la ciudad de México, según supe por algunas traducciones mexicas. México: Metztli (luna) y Xictli (ombligo)
A las mujeres a las que aún les arde el corazón por un amor perdido, les queda el consuelo de que un novio del pasado es como un ombligo: ni lo necesito ni lo extraño, dicen.
Pero ¿qué tiene que hacer el ombligo en las reflexiones?
San Compadre, que acepta la modernidad como santo varón que es de tercera generación, considera la posibilidad de plantarse un piercing en esa oquedad, emulando a la señora Madona y a tantas otras mujeres, con una pequeña esfera de acero inoxidable o con un dije engarzado con valiosos diamantes que adorne esa parte de su cuerpo.
Superó el copete al estilo Elvis Presley y el de los rebeldes sin causa, las melenas de los Beatles, el bigote zapatista y la abundante cabellera hippie, hasta llegar a un corte de cabello súper corto para refrescar sus ideas. Por cuestiones de higiene, se ha saltado los tatuajes. No niega que cuando alguna chica se agacha y muestra en esa región donde la espalda pierde su casto nombre, una mariposa, un dibujo siux o uno navajo, se le alborotan las hormonas rápidamente.
Acepta que todo tiene su tiempo y cada generación su oportunidad de demostrar al mundo su presencia, su moda, su paso por la tierra. Seguramente las pelucas, en el siglo de los Luises, causaron espanto, como los afeites de las mujeres y el libertinaje de los jóvenes europeos que gozaban de las riquezas enviadas desde las colonias de América.
Las crinolinas, y luego las minifaldas, tuvieron su momento en México. Hace mucho llegaron los pantalones, una bendición para la mayoría de las mexicanas que tienen piernas poco estéticas y con mucho vello –peludas, podría decirse-
Usar o no usar un piercing, esa es la cuestión, reflexiona San Compadre que no quiere quedarse atrás en la modernidad. Además, añade, es una buena forma de adornar esa parte de su cuerpo que sirve para maldita la cosa.

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