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Retomado de El Financiero OPINIÓN
columnista
Macario Schettino
Un amigo muy querido me sugiere que ya no nos refiramos a las homilías matutinas como la ’mañanera’, sino que le demos el nombre que merece: el púlpito de la infamia. Como este amigo es, además, mayor que yo, y aprendí desde niño a respetar a mis mayores, transmito a ustedes este mensaje.
Creo que tiene razón, al menos en parte. El evento matutino, que los seguidores de López describen como esfuerzo informativo, es en realidad un instrumento de propaganda, en el peor sentido de la palabra. No existe respeto alguno por la verdad en esas conferencias, que, a decir de Luis Estrada, y su agencia SPIN, promedian 70 mentiras diarias hasta el 30 de octubre pasado. No se anuncian medidas de política pública de verdad, aunque a veces firmen decretos sin sustento, o proyecten PowerPoint sin sentido.
Lo que en realidad ocurre cada mañana en Palacio, frente a un grupo selecto de personas que fingen dedicarse al periodismo, que obstaculizan a los verdaderos periodistas, es la destrucción de la fama pública de los adversarios de López Obrador. Pequeño como es él, incapaz de demostrar con hechos algún resultado, prefiere atacar, denostar, descalificar a quienes desde hace mucho, o recientemente, lo critican con fundamento.
En esta semana, por ejemplo, la tomó contra Mexicanos contra la Corrupción. Por un lado, no le gusta que le critiquen a sus amigos corruptos, que abundan; por otro, tiene odio personal a Claudio X. González. Afirma que este último es su adversario, que tiene financiamiento para atacarlo, y anuncia que pondrá bajo investigación esos recursos. Con ello, pone en riesgo la operación de una organización civil que denunció diversos actos de corrupción en gobiernos anteriores. Dicho más claro, atacar la corrupción le importa poco. Atacar a sus adversarios, reales o imaginarios, es su vida.