Presente lo tengo yo

Una historia sin final. Y sin principio, casi.

Una historia sin final. Y sin principio, casi.
Periodismo
Noviembre 26, 2020 18:43 hrs.
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Armando Fuentes Aguirre ’Catón’ › guerrerohabla.com

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Casi ninguna historia termina, es cierto. Por eso da miedo comenzar alguna. Revisa las historias de tu vida y observarás que muchas no han acabado todavía. Continúan, siquiera sea en la forma de un remordimiento. Y lo mismo sucede con el mundo, que no es más que un ser humano grandotote. Sus historias jamás tienen final. No nos damos cuenta, pero vivimos aún las consecuencias de la fundación de Roma, o los efectos de la Revolución Francesa. Esto es el cuento de nunca acabar. Hasta da miedo. Por eso a la gente le gustan tanto los deportes: los juegos sí terminan. Saraperos, 7; Sultanes de Monterrey, 3... Chivas, 2; América 1... Vaqueros de Dallas, 21; Delfines de Miami, 7... Y sanseacabó. Vámonos. Punto. Sabe uno a qué atenerse. Con la vida no. Ni con la muerte. Nunca se acaban. Disculparán ustedes, por lo tanto, que esta historia carezca de final. Tú, lector; tú, lectora, tendrás que ponérselo. El que le pongas, por mí estará muy bien.

La historia trata de un sujeto que tenía estas tres características: era borracho, era holgazán y era amigo de riñas y pendencias. Cualquiera de esas tres notas habría bastado para hacer de él un indeseable; juntas las tres lo volvían a pain in the ass, como se dice en Norteamérica: un dolor allá donde les platiqué. Los ebrios, ya se sabe, son difíciles de soportar. Para aguantar a un borracho tienes que estar borracho tú también. Así las responsabilidades se dividen. En cuanto a lo holgazán, el individuo de mi historia lo era: en toda su vida el desgraciado no completaba un turno de ocho horas de trabajo. Las pendencias las buscaba, y si no las podía hallar las inventaba. Tenía insufrible genio, nadie podía estar con él ni media hora.

Imaginen ustedes a su esposa, que tuvo que aguantarlo media vida. Cuando murió el hombre ella se puso un vestido negro por fuera, y por dentro uno amarillo con pintitas rojas, azules, verdes, anaranjadas y color de rosa. Decía cierta señora que la libertad empieza cuando se van los hijos y el pelao se muere. Yo le doy la razón. La verdadera liberación femenina es la viudez.

Estaban velando al tipo aquel cuando uno de sus hijos se asomó a la caja. Lo que vio -¿qué vería?- lo dejó frío de espanto. Se volvió, aterrado, y dijo con voz trémula a su madre.

-Mamá: papá está vivo.

Los demás hijos se precipitaron hacia el ataúd, y uno se dispuso apresuradamente a abrir la tapa.

-¡Momento! -gritó desde su silla la señora alzando la mano con la palma al frente en ademán imperativo-. Si está vivo, el que lo saque de ahí tendrá que hacerse cargo de él. Conmigo ya no cuenten.

Aquí acaba la historia. Más bien, aquí no acaba la historia. ¿Estaba muerto el hombre? ¿Vivía aún? ¿Lo sacaron del ataúd? O... Tú, lector o lectora, ponle a la historia su final. El que le pongas, por mí estará muy bien, con tal de que sea el final.
Don Chinguetas empinó el codo más de lo que aguantaba el resto de su cuerpo, y en la cantina misma desbebió lo bebido. Llegó a su casa en horas de la madrugada con la camisa hecha un asco por la náusea. Le explicó a su esposa: ’Un ebrio pasó a mi lado y me hizo esto. Mañana lo buscaré y le daré una bofetada’. ’Dale dos –le indicó doña Macalota-. También te meó el pantalón’… Era viernes en la noche, y Susiflor iba a salir. Su mamá le dijo: ’Pórtate bien y diviértete’. ’Una cosa u otra, mami –replicó ella-. No se pueden las dos al mismo tiempo’… Don Algón habló con el tipo que solicitaba empleo: ’Necesito alguien responsable’. Manifestó el sujeto: ’En el último trabajo que tuve quebró el negocio y tres compañeras salieron embarazadas. En ambos casos todos dijeron que yo era responsable’… La joven esposa le sugirió a su marido: ’Pronto cumpliremos 10 años de casados. ¿Qué te parece si vamos a un crucero de 10 días?’. El muchacho fue a la farmacia y se compró cinco condones y un frasco de píldoras contra el mareo. Una semana después le dijo la señora: ’Pensé mejor las cosas, y creo que nos conviene más tomar un crucero de 15 días’. El marido fue a la farmacia y compró cinco condones más y otro frasco de píldoras contra el mareo. Pasaron unos días y la esposa cambió de parecer: ’Creo que mejor tomamos un crucero de 20 días’. El muchacho fue a la farmacia y compró otros cinco condones y un frasco más de píldoras contra el mareo. Le dijo el farmacéutico: ’Perdone la indiscreción, joven. Si tanto mareo le provoca ¿por qué coge tanto?’.
La historia que voy a contar hoy carece de final. ¿Acaso alguna lo tiene? Todos pensábamos que había terminado ya la Segunda Guerra Mundial, y 20 años después de su terminación encontraron en la selva filipina a un japonés en pie de guerra, y en mano también, pues traía una bayoneta que gustosamente habría clavado en la panza del primer gringo que se le hubiera atravesado.

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